Comemos más cuando estamos de vacaciones, pero ¿por qué?
Comemos más cuando estamos de vacaciones? ¿Será que nos estamos premiando porque también nos lo merecemos? ¿nos estamos dando “chance” porque la dieta comienza al regresar o es mera gula? Regresar de un viaje con varios kilos de más, podría ser todas estas opciones o ninguna, siempre y cuando le podamos echar la culpa a nuestro cerebro.
Es innegable la estrecha relación entre el placer de viajar y el de comer; es cierto que probar la gastronomía típica de una región es adentrarse a su cultura y que nadie querrá desaprovechar la oportunidad de comer lo que no hay en casa. Pero también es cierto que los seres humanos somos la única especie que puede seguir comiendo aun estando satisfechos.
Que esculquen al hipotálamo
La gula es un “pecado capital” y no es casualidad que “capital” provenga de “cápita”, que significa “cabeza”, y para allá vamos.“El cerebro es el órgano de la obesidad”, dice el doctor Eduardo Calixto, jefe de neurobiología de la Dirección de Investigaciones del Instituto Nacional de Psiquiatría. En la base del cerebro se encuentra el hipotálamo, que regula la ingesta calórica y de líquidos. El organismo está preparado para detectar cuando tiene hambre y cuando no, ya que los “genes reloj” del hipotálamo liberan hormonas denominadas orexinas, que aumentan cuando tenemos hambre, por eso comemos más cuando estamos de vacaciones.
Empacando Dopamina
Comemos más cuando estamos de vacaciones porque “Durante las vacaciones cambia nuestra actitud”-dice el Dr. Calixto- el proceso de relajación nos favorece para comer más y discriminar menos. Al estar contentos, liberamos dopamina hasta hacernos adictos a ciertos ingredientes, y resulta más sencillo caer ante los encantos de los postres, los chocolates o las papitas, por ejemplo.
La dopamina le quita el freno al cerebro, y éste se entrega al proceso estúpido e irreflexivo del momento. Si a eso le aumentamos la elevación de orexinas, el proceso se vuelve inconsciente, dejamos de cuestionar lo que comemos y nos dejamos llevar. Sobre la marcha se integra la saliva, que contiene enzimas que van degradando los carbohidratos hacia el torrente sanguíneo, el estómago libera hormonas que activan al intestino e informan al sistema nervioso de lo que se está comiendo. El estómago disminuye el aporte de calorías y da al organismo una sensación placentera, regulada nuevamente por el hipotálamo.
“No te bajas de la mesa hasta que dejes el plato limpio”
No hay que pasar por alto varios aspectos de nuestra cultura. Algo que no nos favorece mucho en la discriminación de los alimentos es la educación que recibimos respecto a la comida. Muchos debíamos terminarnos por completo el plato que nos servía nuestra mamá, “porque aquí no hay perro”. Por otro lado, muchas personas, especialmente quienes cocinan, consideran una gran ofensa que alguien rechace sus platillos. Así, el comensal continua comiendo por pena aunque sienta que no puede más.
El mal del puerco tiene visa y pasaporte
La somnolencia postprandial, marea alcalina o “mal del puerco”, viaja contigo a donde vayas “si te pasas de rosca”. “Cuando el estomago se llena, activa el sistema nervioso parasimpático y hace que llegue mas sangre al estómago y al tubo digestivo, lo que disminuye el aporte de sangre al cerebro El sistema nervioso libera ácido clorhídrico para digerir proteínas, la sangre se alcaliniza y el proceso provoca sueño. Su actividad disminuye también cuando el tubo digestivo trata de digerir el alimento rápidamente hacia el colón liberando gastrina. Es una friega para el sistema nervioso ¿cómo no va a causar sueño?.
Algunos mitos y verdades
“No te metas a la alberca, que acabas de comer”. Eso que te decía tu mamá de niño es cierto. Durante el proceso metabólico disminuye el flujo de sangre al cerebro, su respuesta puede resultar en un vacacionista ahogado.
“Enchilarse resulta placentero”. ¡Cierto! Cuando comemos picante, el cerebro libera endorfinas tratando de disminuir el dolor, ese proceso nos causa placer, aunque nos ardan los labios y “chiflemos pa dentro”.
“No siempre me da mal del puerco” ¡En efecto! El “mal del puerco” dura alrededor de 90 minutos y depende de la cantidad de proteínas que hayas ingerido. Si la noche anterior dormiste bien, te será más leve el efecto.
“Si eres mayor de 30 y rompes la dieta en tus vacaciones, te costará más trabajo bajar de peso” El hecho de subir más de peso durante las vacaciones se relaciona también con la edad, ya que el metabolismo se hace lento a partir de los 35 años y es más complicado deshacerse de los kilos de más como sucedía cuando éramos niños juguetones.
¿Y entonces?
Evitar subir de peso al viajar es complicado, pero hay distintas formas de disminuir las posibilidades:
1.Dormir suficiente. Las orexinas disminuyen su liberación al dormir. El hipotálamo también se desacelera. Una persona que no duerme adecuadamente incrementa la liberación de leptinas, al día siguiente estará comiendo constantemente.
2.No viajar con estado de ánimo decaído. Cuando estamos tristes nos sensibilizamos menos al dulce, los niveles de serotonina en el cerebro disminuyen y buscamos carbohidratos naturalmente para sentirnos mejor.
3.Estar conscientes de que el metabolismo se modificará inevitablemente, sobre todo en viajes largos. El organismo tardará una semana aproximadamente en adaptarse al sitio donde viaja. Con el jet lag, el cerebro se sobre activa y deseará comer más. Solo toma precauciones.
4.Procurar la actividad física durante el viaje. Lo que oxidará los alimentos de forma eficiente y la cantidad de calorías.
5.Evitar brincarse las comidas, situación muy común en los viajes. El saltarse la comida provocará tremendo atracón durante la cena.