Balas, bikinis y boletos de avión:
¿Por qué seguimos vendiendo un paraíso en llamas?
Hay que admitirlo: la industria turística mexicana posee un talento sobrenatural para la prestidigitación. Con una mano sostiene la margarita que ofrece al visitante, y con la otra barre —rápido, rápido— los casquillos del piso. Lo prueban las cifras del propio Consejo Ciudadano: siete de las diez urbes más letales del planeta y veinte de las cincuenta más violentas orgullosamente, lucen pasaporte mexicano El País.
El problema no es que exista violencia (que la hay, y mucha). El problema es la escenografía que pretende taparla. Cada vez que se difunde un tiroteo frente a un hotel, la respuesta oficial suele ser un entusiasta “son hechos aislados”. Cierto: aislados… como los casi 1 800 homicidios que Tijuana acumuló en 2024 Uniradio Informa, o las ejecuciones exprés que convierten a Acapulco en la postal sangrienta del Pacífico. Tan aislados que el Departamento de Estado de EE. UU. prohíbe a sus empleados pisar un milímetro de Guerrero, playas incluidas Viajes..
El turismo, rehén VIP del crimen organizado
No es casual que destinos como Tijuana, Acapulco, Cancún o Manzanillo encabecen tanto los catálogos de viaje como los de homicidios. El narco es, al fin y al cabo, un estratega sofisticado: donde hay aeropuertos internacionales, fluyen dólares; donde fluyen dólares, florece la demanda de droga; y donde florece la demanda, estallan las balas. Así de simple.
Tomemos Cancún. Nada empaña una selfie frente al Caribe como un sicario en jetski —no es broma, sucedió en 2024— bajando a tiros a un rival entre camastros. “Pero los hoteles siguen llenos”, celebran los voceros. Claro: el negocio es tan lucrativo que los propios cárteles prefieren no espantar del todo a la clientela; solo se matan entre ellos… salvo las balas perdidas, ese pequeño daño colateral que ningún folleto incluye.
En Manzanillo, la disputa por el puerto —puerta de entrada de precursores químicos para el fentanilo— convirtió a la “Costa Alegre” en “Costa Ametrallada”. El informe 2024 coloca a la vecina Colima con tasas de muerte dignas de zona de guerra Yahoo Noticias. Aun así, se siguen vendiendo paquetes “todo incluido” como si lo único explosivo fuera el atardecer.
“Hechos aislados” y otras mentiras piadosas
La narrativa oficial pivota siempre hacia el mismo estribillo: turista muerto = percepción, no realidad. Pero la percepción se sostiene con hechos. Cuando tres surfistas extranjeros desaparecen y aparecen en un pozo en Ensenada —“confundidos”, dice la fiscalía— algo chirría en la campaña “México, el abrazo más cálido”. Cuando 12 asesinatos empañan un solo fin de semana de vacaciones en Acapulco, cualquier turista sensato entiende que el sol pega fuerte… pero las ráfagas, más.
Mientras tanto, los gobiernos estatales organizan ruedas de prensa con marimbas de fondo anunciando “operativos vacacionales de seguridad”. En Mazatlán eso significa marinos paseando fusiles entre turistas canadienses, lo que produce estampas surreales: bikini, ceviche y chaleco antibalas convergiendo en la misma postal.
Las raíces del incendio
Detrás del show hay causas estructurales que ni el mejor influencer puede maquillar:
- Guerra de cárteles reciclada: la fragmentación tras cada captura de capo multiplica células que se disputan cada esquina rentable. Colima, Zacatecas o Tulum son laboratorios de ese caos.
- Crecimiento turístico a toda prisa, policía a paso de tortuga: Tulum pasó de aldea hippie a Disneyland boho sin infraestructura ni Estado que aguante. El vacío lo llenan extorsionadores que cobran “cuota ecológica” a punta de AR‑15.
- Corrupción institucional: cuando la policía es cofrade del sicario, la línea entre patrulla y plaza queda difuminada. El turista no lo ve, pero el restaurantero que paga “protección” lo sufre a diario.
- Desigualdad obscena: en Los Cabos, un cóctel puede costar el salario semanal de la camarista que lo sirve. Esa brecha es un semillero de halcones y cobradores del derecho de piso.

¿Qué hacemos con este elefante armado en la habitación?
Seguir negándolo es absurdo. Aceptarlo sin actuar, suicida. México necesita, para empezar, honestidad brutal: reconocer que vender paraíso sin invertir en seguridad integral solo engorda las arcas criminales. Inyectar recursos a cuerpos policiacos profesionales e independientes, no a “operativos relámpago” que duran lo que el hashtag. Combatir la corrupción con algo más que discursos domingueros. Y, sobre todo, romper la dependencia tóxica entre turismo rápido y urbanismo salvaje que convierte pueblos tranquilos en parques temáticos del horror.
Epílogo con mezcal
Viajar sigue valiendo la pena —México es demasiado grande y hermoso para abandonarlo a los sicarios—, pero toca mirar de frente la realidad: hoy el sol y la sombra conviven a pocos metros de distancia. Ignorarlo nos hará repetir el mantra clásico del turista ingenuo: “En este hotel nunca pasa nada”… hasta que pasa.
Como diría la abuela con pistola de agua en mano: “Vacaciones sí, pero sobriedad informada también”. Que cada sorbo de margarita venga acompañado de un sorbo de datos. Y que cada autoridad, en lugar de vender milagros, empiece a construirlos con algo tan prosaico como policías bien pagados y justicia que funcione.
Porque, si no, seguiremos exportando atardeceres… y importando titulares de horror. Y ni el bronceador SPF 50 alcanza para tanto fuego cruzado.
