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Volar desde CDMX, llegas con sueños, sales con traumas

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Volar desde CDMX, llegas con sueños, sales con traumas

Volar desde CDMX, llegas con sueños, sales con traumas

Si Kafka hubiera nacido mexicano, sin duda habría ubicado su novela más famosa en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez. Pocos lugares en el mundo combinan con tanta perfección el absurdo, la angustia existencial y la comedia involuntaria como esta terminal aérea, que, por cierto, es la más transitada de América Latina, con más de 46 millones de pasajeros al año, según datos oficiales. ¿Mérito o castigo divino? Imposible saberlo.

Primer acto: bienvenida al laberinto burocrático

Llegar al Aeropuerto de la Ciudad de México es enfrentarse de golpe a la esencia misma del surrealismo mexicano. Es el único lugar del planeta donde necesitas tres horas para viajar a Cancún y dos horas más para encontrar la puerta de embarque correcta. Hay terminales nuevas que parecen viejas, terminales viejas que parecen ruinas, y pantallas informativas que se niegan tercamente a informar.

Es también el único aeropuerto que hace que los viajeros se cuestionen sus decisiones existenciales más profundas. “¿Realmente necesito viajar?”, “¿Qué hago aquí?”, “¿Dónde estoy?” son preguntas frecuentes entre pasajeros extraviados que intentan descifrar la lógica detrás de los pasillos interminables, los filtros de seguridad siempre cambiantes y las filas infinitas para abordar.

Segundo acto: sobreviviendo en tierra de nadie

Pero la tragicomedia no termina ahí. Mientras esperas, atrapado en ese limbo aeroportuario que es mitad purgatorio y mitad centro comercial sobrevalorado, los precios mágicamente se multiplican como panes bíblicos. Un café que afuera cuesta 50 pesos, dentro del aeropuerto alcanza la categoría de lujo gourmet por 150 pesos. Todo en nombre del progreso, la modernidad y, por supuesto, la comodidad del pasajero.

Las tiendas duty-free, que prometen productos libres de impuestos, venden botellas de tequila que en el supermercado de la esquina son notablemente más baratas. Pero claro, uno paga la experiencia internacional: ser timado en un ambiente cosmopolita y con aire acondicionado.

Tercer acto: la pista que nunca llega

¿Y qué decir del tráfico aéreo? Cada vuelo anunciado es una promesa optimista que se incumplirá sistemáticamente: “Su vuelo saldrá en breve” es la frase favorita del sistema de audio, repetida cada 15 minutos hasta convertirse en una mentira reconfortante. Y aunque oficialmente existen dos pistas, el aeropuerto funciona como si tuviera media pista y tres cuartos de controlador aéreo.

El viajero experimentado sabe que despegar puntualmente es un mito urbano, un evento tan improbable como ver un ajolote caminando por Avenida Reforma. Retrasos por lluvia, por sol, por viento, por falta de viento, por exceso de vuelos, por falta de aviones… Todo es válido en esta tragicomedia aérea que hace del caos su bandera oficial.

Epílogo existencialista: ¿salidas o llegadas?

Al final, cuando el pasajero logra despegar —si lo logra—, mira por la ventana la ciudad infinita, esa gigantesca urbe que crece descontroladamente en todas direcciones, y comprende finalmente el sentido profundo del aeropuerto: es una metáfora perfecta de México. Un país que funciona a pesar de sí mismo, que sobrevive cada día en medio del caos burocrático y la confusión existencial.

Porque quizá lo importante no es llegar ni salir, sino simplemente resistir. Y en eso, el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México es experto. Aquí, la única certeza es la incertidumbre, y la única lógica posible es la ilógica cotidiana.

Por eso, el mejor consejo para cualquier viajero es aceptar el caos, respirar profundo y recordar que, tarde o temprano, saldrá de ahí… aunque nunca sabrá exactamente cómo, cuándo ni por qué. Pero eso sí, con una historia tragicómica más que contar.

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