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Turismo sustentable, la esperanza pospuesta

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Turismo sustentable, la esperanza pospuesta

Turismo sustentable, la esperanza pospuesta

Alguien dijo una vez probablemente un político, seguramente un hotelero que en México el futuro sería sustentable o no sería. Pero, como todo lo sublime en este país de surrealismos barrocos y realidades tragicómicas, el turismo sustentable se mueve con el vaivén de una hamaca existencialista: entre la vida y la muerte, entre la promesa y el desencanto, entre el “sí se puede” y el “pero no tanto”.

Primer acto: la utopía frente al mar (o cómo vender la naturaleza empaquetada)

Primero vino la promesa. El turismo sustentable llegó al país con el encanto de un mesías del nuevo milenio: playas limpias, selvas intactas, comunidades sonrientes con vestimentas regionales recibiendo turistas conscientes y amigables. La teoría, como toda buena teoría parecía impecable. Hasta que llegaron las grandes cadenas hoteleras con sus diplomas en reciclaje, sus piscinas infinitas rebosantes de cloro orgánico y sus mantas que rogaban al turista: “Sé sustentable, usa la misma toalla dos días seguidos”.

México se convirtió entonces en la tierra prometida del greenwashing o, dicho en mexicano de a pie, la tierra donde “le damos atole con el dedo a la Madre Naturaleza”.

Segundo acto: la realidad golpea más duro que una resaca en Cancún

¿Dónde quedó la sustentabilidad real?, pregunta algún turista desorientado mientras contempla el manglar convertido en estacionamiento eco-friendly.

En destinos que se promocionan con orgullo sustentable, como Tulum esa capital hipster del Instagram ecológico, el turismo sigue una lógica absurda: protegemos la naturaleza con hoteles boutique, pero expulsamos a las comunidades locales con la delicadeza de quien limpia una mesa antes de servir el desayuno orgánico de 25 dólares.

Mientras tanto, a unos kilómetros, en Punta Allen o en la Sierra Gorda, pequeños héroes anónimos luchan por mantener viva la llama de una sustentabilidad real, casi clandestina, apenas susurrada. Se resisten con testarudez admirable a la tentación del gran turismo y sus promesas vacías. Son guerreros sin presupuesto, Quijotes que enfrentan gigantes disfrazados de resorts “verdes” certificados por alguna autoridad complaciente.

Tercer acto: del discurso oficial al existencialismo tropical

¿Es realmente posible hablar de sustentabilidad turística cuando lo que prevalece es la corrupción institucionalizada, la regulación laxa y el marketing disfrazado de ética ambiental?

Alguien respondería quizá que la vida turística en México es absurda, y en esa absurda contradicción radica la tragedia cómica: los políticos inauguran eco-parques con discursos pomposos, mientras, a sus espaldas, las constructoras ya derriban manglares para la siguiente gran obra sustentable.

En México, la sustentabilidad, como la democracia, es ese maravilloso pretexto que sirve para justificar todo, incluyendo lo contrario de sí misma.

Epílogo desesperanzado (o no tanto)

Mientras tanto, el turista consciente especie rara y casi en extinción vaga perdido entre playas saturadas, centros ceremoniales convertidos en espectáculos de luces y sonidos, y comunidades indígenas que sonríen ante la cámara, esperando vender artesanías sustentablemente manufacturadas en algún taller clandestino de una colonia urbana.

En México, el turismo sustentable es una tragicomedia existencial. Queremos creer, desesperadamente que es posible, que aún se puede salvar algo de lo que fue. Pero, en el fondo, sabemos que cada anuncio, cada campaña, cada discurso lleva consigo la triste ironía de quien promete cambiar para permanecer igual.

Y así seguimos, con la esperanza tercamente encendida y la realidad, golpeándonos con suavidad sarcástica. Porque, aunque sea absurdo, “debemos imaginar al turista sustentable feliz”, aunque probablemente feliz y engañado.

Porque en México la sustentabilidad turística es ese paraíso prometido que nunca llega, pero que siempre parece estar a punto de aterrizar.

Como Godot.

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