Premios turísticos: autocomplacencia infinita
Si algo ha perfeccionado la industria turística mexicana, más que cobrarte 300 pesos por un coco “artesanal” en una playa privatizada, es repartirse premios turísticos entre ellos mismos. No importa si el colchón del hotel tiene más años que la Revolución, o si en el restaurante te atienden con la sonrisa de un agente del SAT. Lo importante es que nadie se quede sin su estatuilla dorada, diploma, medallita o, al menos, una palmadita en la espalda.

En México, si no eres “El Mejor Destino Turístico del Mundo”, te conviertes en “El Secreto Mejor Guardado”. Si un restaurante no tiene estrellas Michelin, es porque prefiere ser “El Más Auténtico del Pueblo”. Y si el hotel no llega a cinco estrellas, es porque “la estrella eres tú”. Porque aquí, siempre hay premio de consolación.
¡Bienvenidos al circo más grande del turismo nacional!
Acto 1: Lluvia de premios (o cómo lograr que todos ganen algo)
La industria turística mexicana reparte premios con más generosidad que político regalando despensas. Aquí no se compite por excelencia, sino por originalidad en las categorías:
- Distintivo H: para restaurantes que logran no intoxicar clientes.
- Sello Punto Limpio: que acredita al hotel que sí usa escoba y trapeador (algo que, en pleno siglo XXI, ya es fiesta nacional).
- Premio a la Innovación Turística: para experiencias como “Yoga al amanecer con ordeña de vacas veganas”.
¿No has recibido ningún galardón? Tranquilo: en México siempre se puede inventar otra categoría absurda.

Acto 2: Las secretarías de turismo (premios por decreto)
Las Secretarías de Turismo organizan premiaciones con más emoción que campañas reales. Son como esas tías que hacen rifas donde hasta el que no fue se lleva algo.
- Premio a la Diversificación del Producto Turístico: al que logró vender lo mismo de siempre, con nombre nuevo (“Tlayuda ancestral en viaje astral”).
- Premio a la Mejor Estrategia Promocional: para el que gastó más en espectaculares con playas retocadas sin sargazo.
- “Lo Mejor de México”: otorgado por medios especializados a quien más publicidad compró ese año.
Porque en este juego la regla es clara: si pagaste, ganaste. Si no, es que no entendiste cómo funciona esto.

Acto 3: Ferias internacionales y la validación externa
En México, si algo nos gusta más que La Casa de los Famosos, es que nos reconozcan desde fuera. Por eso, en ferias como FITUR, abrimos cartera y regresamos con trofeos como:
- “Mejor Actividad Acuática Sustentable”: por remar en kayak en un río con peces holograma y microplásticos de recuerdo. Pero eso sí: ¡el casco es biodegradable!
- “Chef Revelación del Turismo Rural”: para el sobrino del alcalde, que sirvió mole con sazonador y tortillas del súper… pero con copal y piñas de fondo.
- “Mejor Experiencia Cultural Viva”: para un espectáculo donde los danzantes prehispánicos hacen coreografías al ritmo de DJ y drones. ¿Autenticidad? No. ¿Likes en TikTok? Muchos.
La validación extranjera nos infla el pecho, aunque regresemos a aeropuertos sin terminar y carreteras con más baches que luna llena.

Acto 4: Turismo sustentable (o cómo pintar todo de verde y llamarlo ecológico)
El premio más cotizado es el de “Turismo Sustentable”, entregado a hoteles y destinos que demuestran su amor por el planeta pintando macetas recicladas y prohibiendo popotes… mientras sirven en vasos de unicel.
Los favoritos:
- “Mejor Práctica de Turismo Responsable”: para hoteles con suficiente verde en la foto.
- “Destino Verde del Año”: para lugares donde el nuevo resort “eco-friendly” reemplazó un manglar.
- “Sello de Playas Limpias”: otorgado a la playa barrida la noche anterior.

Acto 5: Premios personalizados (o cómo convertir elogios en favores)
Y claro, están los premios hechos a la medida. Galardones diseñados para personajes que conviene premiar: por favores políticos, comerciales o simplemente por “caer bien”. ¿Quieres asegurar concesión, contrato o portazo mediático? Entrégales un reconocimiento ambiguo pero poderoso como “Líder Visionario del Turismo” o “Personaje del Año”. En realidad significa: “Gracias por el favor, la lana o por haberme saludado en tu OnlyFans”.

Acto 6: ¿Quién gana realmente? (spoiler: no el turista)
Al final, el que pierde siempre es el turista. Ese pobre que creyó en “El Hotel Más Lujoso”, y durmió entre cortinas de terciopelo revolucionario. El ingenuo que fue al “Restaurante Más Auténtico” y terminó cenando aire con salsa. El visitante que soñaba con “La Playa Más Hermosa del Mundo” y acabó haciendo fila para tomarse la selfie con la última palmera sobreviviente.
Estos premios no son para ellos. Son para inflar precios, justificar presupuestos y mantener vivo el show.

Epílogo: La incómoda verdad (que todos conocen, pero nadie dice)
Si quisiéramos premios turísticos honestos, habría que:
- Prohibir premios comprados como souvenirs de Cancún.
- Poner jurados que distingan entre turismo y escenografía para Instagram.
- Eliminar categorías como “Buffet más dietético” o “Spa más chiquito pero rinconero”.
- Auditar servicios premiados para ver si el trofeo no fue por ser cuate del organizador.

Pero eso nunca pasará, porque los premios turísticos en México nunca fueron sobre calidad. Son sobre negocio, política y relaciones públicas.
Así que la próxima vez que te presuman un galardón turístico, sonríe y pregunta con dulzura:
“¿Quién te lo dio, cuánto te costó y cómo se llamaba el jurado?”
Porque en este gran show turístico, lo único garantizado es que siempre habrá más trofeos que turistas satisfechos. Y eso, mis amigos, también merece premio.
