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Los viajes de Freud, el padre del psicoanálisis
Los viajes de Freud fueron también parte importante en la vida del Padre del Psicoanálisis nacido en República Checa.
El Dr. Freud, además de plantear numerosas teorías psicoanalíticas, tenía claro que “Cuando se llega a lugares lejanos, inaccesibles objetos del deseo, uno se siente como un héroe que realiza grandes e increíbles hazañas”.
El primer viaje del Dr. Freud
Los viajes de Freud comenzaron a sus 3 años de edad y no necesariamente por gusto. La familia de Freud debió trasladarse a Viena, huyendo del antisemitismo
Sin embargo, desde su juventud, Freud veía a los viajes como una actividad intelectual formadora, que representaba tanto descanso espiritual, como una exigencia de renovación y nuevos aprendizajes.
Pero debido a sus exigentes estudios de medicina, viajar, era algo que veía lejano, “viajar tan lejos, se me antojaba fuera de mis posibilidades”, decía.
Y a pesar de que el rutinario Dr. Sigmund caminaba 3 km todos los días buscando zetas después del almuerzo, le llegó hasta su madurez el momento de moverse.
Para ese entonces, ya era un Psiquiatra eminente y obstinado, apasionado de la arqueología y de los viajes de Don Quijote de la Mancha.
Así que, aunque había que viajar por trabajo, Freud emprendió la mayoría de sus viajes por placer.
Los viajes de Freud, por el puro gusto
Y aunque para ese momento (por ahí de los treinta y tantos), Freud no gozaba de una fortuna acaudalada para viajar, lo favoreció la aparición del turismo de masas y los avances económicos y culturales de la nueva clase media en Europa.
Así que pudo comenzar su faceta de viajero, al principio, en económicas carrozas y pasando la noche en hoteles baratos.
Pero muy pronto, Freud viajaría a sus anchas, en cómodos trenes y pasando la noche en hoteles de lujo, ya que los ingresos de un día de consulta podían pagarle un viaje de dos semanas por Italia.
Y entonces, Freud dijo: “Las muchas cosas bellas que se ven, acaban por traer, no se sabe cómo, algún fruto”.
Los viajes de Freud por Italia
Así que los viajes de Freud por placer, verdaderamente comenzaron a los 40 años.
Su primer destino fue Venecia, sitio que lo inspiró para conocer posteriormente, toda Italia. Y aun que le gustaba el vagabundeo y la contemplación desinteresada, jamás se olvidaba de lo que llamaba “Placeres mundanos de la comida y el vino”.
Estando en Rapallo, Génova, Freud escribió: “No hay manera de hacer nada: el sol celestial y el mar divino, me hundo totalmente en la molicie”.
Era un hecho, estaba enamorado de Italia. A Roma la denominó como su “anhelo neurótico”.
En uno de sus viajes, fue a buscar en Padua la palmera plantada en 1585, que inspiró a Goethe su Metamorfosis de las plantas.
Después, se alojó en la Torre Galileo, donde Milton visitó al científico prisionero de la Inquisición.
En otro viaje, arrojó la tradicional moneda a la Fontana de Trevi y metió la mano en la Bocca della Verità, jurando volver, y lo hizo unas 20 veces más.
Y aunque quedó encantado con las colinas de Florencia, manifestó su rechazo hacia los florentinos: “Gritan, hacen restallar los látigos, soplan cornetas en la calle; en resumen, es insoportable”.
Los viajes de Freud por el mundo
Y los viajes de Freud se volvieron imparables. Usó su camisa preferida para conocer la Acrópolis en Atenas, paseó sin prisa por los sitios más emblemáticos de Suiza y Holanda.
La hora de pisar América llegó gracias a su profesión, enviándolo en trasatlántico a Estados Unidos, en donde manifestó opiniones encontradas: “Norteamérica ha sido una maquinaria enloquecida. Estoy feliz de haber salido, y más aún por no tener que quedarme allí”.
Entre los viajes de Freud, Nueva York representó algo como una travesía al futuro, calificado por él como placentero, pero agotador.
“Nueva York nos tiene entre sus garras”, dijo.
Viajar: Un estilo de vida saludable
Para “desprenderse del mundo del deber”, a Freud le gustaba viajar entre julio y septiembre, después de enviar de vacaciones a su esposa e hijos a Los Alpes.
Lo que más le apasionaba era el contacto directo con el arte y las producciones artísticas, de las que anteriormente no tenía más que una vaga idea.
El teatro, la ópera, el cine, los museos y sitios arquitectónicos, llenaban su bien organizado itinerario. Muy pronto, un nuevo placer lo convirtió en un experto sibarita que no reparaba en costos excesivos de platillos o botellas de vino, que no duraban mucho.
Para Freud, viajar era un estilo de vida saludable, a pesar del miedo que al principio tenía a desplazarse por ferrocarril, gracias (obviamente) a un trauma de un sueño de su infancia.
Los viajes de Freud en compañía
Freud apreciaba estar lejos de casa como una forma de descanso y distancia necesaria, incluso, viajó pocas veces con su esposa, colegas y discípulos.
La mayoría de las veces lo acompañaba su hermano y su cuñada (soltera) Minna Bernays, con quien dicen, mantuvo un romance.
Mientras viajaba, Freud acostumbraba escribir un diario de viaje, además de cartas a su familia y amigos, mismas que fueron reunidas con mapas, itinerarios, postales y fotografías en el libro Cartas de viaje, editado por Siglo XXI.
La guía de viajes infalible de Freud
Y había un acompañante que nunca fallaba en los viajes de Freud, las Guías Baedeker, algo así como las Lonely Planet de la época (1828).
Se trataba de un manual del viajero de pasta roja, que aportaba datos imprescindibles sobre sitios de interés, horarios de transporte, restaurantes, mapas, usos y costumbres y hoteles de confianza.
Cada sitio, desde entonces, era calificado mediante estrellas o asteriscos, según su calidad. Con el paso del tiempo, fueron traducidas en inglés y francés.
Y se dice que eran tan precisas, que durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes eligieron para bombardear en Inglaterra, todos los puntos señalados con tres estrellas, buscando hacer así el mayor daño posible al patrimonio inglés 🙁
Desafortunadamente, la editorial Baedeker desapareció en 1943, cuando un bombardeo sobre Leipzig terminó con la fábrica.
El último viaje de Freud
Freud fue exiliado de Viena a Londres en 1938, donde terminó sus días, fue expulsado por los nazis, pero en esta increíble ciudad disfrutó de una sobredosis de antigüedades egipcias en el British Museum.
Aunque muy enfermo y afectado por el cáncer del paladar, murió libre en 1939 gracias a una sedación terminal de morfina.
Actualmente puedes visitar la Casa Museo Freud en Londres y el Museo Sigmund Freud en Viena.